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25 ago 2015

La armadura de Dios

La armadura de Dios
Por: Dr. Félix Muñoz
Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos - Efe 6:10-18 (RVR).


Aqui Pablo describe la armadura y explica para qué sirve cada una de sus partes. Dios provee a cada cristiano una armadura que debe llevar todo el tiempo. El propósito es fortalézcanse en el Señor y en el poder de su fuerza. El imperativo fortalézcanse se refiere a la energía o la fuerza que sostiene. Dunamis es el poder en acción. El sustantivo poder (kratos) se refiere al vigor, la vitalidad del que tiene la fuerza. El sustantivo fuerza (isxuo) se refiere a la fortaleza o firmeza que posee el que tiene el poder.



Pablo llega al final de su Epístola. Dirigiéndose a toda la familia de Dios, les hace un vibrante llamamiento como soldados de Cristo. Cada verdadero hijo de Dios aprende pronto que la vida cristiana es una guerra. Las huestes de Satanás se dedican a obstaculizar y obstruir la obra de Cristo y a poner fuera de combate a los soldados individuales. Cuanto más efectivo sea un creyente para el Señor, tanto más experimentará los salvajes ataques del enemigo: el diablo no malgasta sus municiones contra cristianos nominales. No podemos hacer nada con nuestras propias fuerzas contra el diablo. El primer mandamiento preparatorio es que seamos fortalecidos en el Señor, y en los ilimitados recursos de su fuerza. Los mejores soldados de Dios son los conscientes de sus propias debilidades e ineficacia, que se apoyan sólo en Él. «Escogió Dios lo necio del mundo, para avergonzar a lo fuerte» (1 Co. 1:27b). Nuestra debilidad se encomienda al vigor de su fuerza.

El creyente debe vestirse de toda la armadura de Dios, para que pueda estar firme contra las artimañas del diablo. Es necesario estar totalmente armado: no será suficiente con una o dos piezas. Sólo toda la armadura que Dios nos provee nos mantendrá invulnerables. El diablo tiene varias estratagemas: desaliento, frustración, confusión, fracasos morales y por sobre todo errores doctrinales. Él conoce nuestro punto más débil y apunta a él. Si no puede inutilizarnos mediante un método, intentará otro.

Hay dos razones para ponerse la armadura de Dios. 

Primero, la lucha contra las intrigas, es decir, la astucia y los engaños del diablo.



Segundo, para que puedan resistir a las fuerzas del mal que van a poner todo su empeño para provocar una derrota. Gracias a la armadura de Dios, al final de la pelea, los cristianos pueden “quedar firmes”.

Esta guerra no es cosa de luchar contra impías filosofías, astutos sacerdotes, sectarios que niegan a Cristo ni gobernantes incrédulos. La batalla es contra fuerzas demoniacas, contra batallones de ángeles caídos, contra malos espíritus que tienen gran poder. Aunque no los podamos ver, estamos siempre rodeados de malvados seres espirituales. Aunque es cierto que no pueden habitar en un verdadero creyente, pueden oprimirlo y hostigarlo. El cristiano no debería estar morbosamente abismado en el tema del demonismo; ni debería vivir atemorizado por los demonios. 

En la armadura de Dios tiene todo lo necesario para mantener el terreno frente a sus ataques. El apóstol habla de estos ángeles caídos como principados y potestades, como dominadores de este mundo de tinieblas y como huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. No tenemos suficiente conocimiento para distinguir entre éstos; quizá se refieren a espíritus gobernantes con varios grados de autoridad, como en la escala humana los presidentes, gobernadores, alcaldes y concejales.

Cuando Pablo escribía, estaba probablemente guardado por un soldado romano con toda su armadura. Siempre rápido para ver lecciones espirituales en el ámbito natural, hace la aplicación: estamos rodeados de formidables adversarios; debemos tomar toda la armadura de Dios, para que podamos resistir cuando el conflicto alcance su mayor intensidad, y ser hallados aún de pie cuando se haya desvanecido el humo de la batalla. El día malo se refiere probablemente a cualquier momento en que el enemigo se abate sobre nosotros como un torrente. La oposición satánica parece ocurrir en oleadas, avanzando y retrocediendo. Incluso después de la tentación del Señor en el desierto, el diablo lo dejó por un tiempo (Lc. 4:13).

La primera pieza de la armadura que se menciona es el cinto de la verdad. Desde luego, hemos de ser fieles en mantener la verdad de la palabra de Dios, pero es también necesario que la verdad nos sostenga a nosotros mismos. Hemos de aplicarla a nuestra vida diaria. Al ponerlo todo a prueba mediante la verdad, encontramos fuerza y protección en el combate.

La segunda pieza es la coraza de la justicia. Cada creyente está revestido de la justicia de Dios (2 Co. 5:21), pero también ha de manifestar integridad y rectitud en su vida personal. Alguien dijo: «Cuando alguien está revestido de rectitud práctica, es inexpugnable. Las palabras no constituyen defensa en contra de una acusación, pero una vida buena lo es». Si nuestra conciencia está limpia de ofensa para con Dios y el hombre, el diablo no tiene nada contra lo que disparar. David se puso la coraza de la justicia en el Salmo 7:3–5. El Señor Jesús la llevaba en todo tiempo (Is. 59:17).

El soldado ha de tener calzados los pies con el apresto del evangelio de la pazEsto sugiere la disposición a partir con las buenas nuevas de la paz, y por ello una invasión del territorio del enemigo. Cuando nos relajamos en nuestras tiendas, caemos en un mortal peligro. Nuestra seguridad debemos hallarla siguiendo los hermosos pies del Salvador por los montes, llevando las buenas nuevas y proclamando la paz (Is. 52:7; Ro. 10:15). 


Toma mis pies, haz tú que sean Prestos y hermosos para Ti. - Frances Ridley Havergal

Además, el soldado ha de embrazar el escudo de la fe, de modo que cuando le sean disparados los dardos encendidos del maligno, den contra el escudo y caigan inofensivos al suelo. Aquí, la fe es la firme confianza en el Señor y en Su palabra. Cuando las tentaciones queman, cuando las circunstancias son adversas, cuando asaltan las dudas, la fe mira arriba y dice: «Creo a Dios y Su Palabra».



El yelmo provisto es salvación (Is. 59:17). No importa lo enconada que sea la batalla, el cristiano no se arredra, porque sabe que la victoria final es suya. La certidumbre de la final liberación lo preserva de retirarse o rendirse. «Si Dios por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Ro. 8:31). Finalmente, el soldado toma la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. Su ilustración clásica es el uso que hizo nuestro Señor de esta espada en Su encuentro con Satanás. Tres veces citó la palabra de Dios no versículos al azar, sino los versículos apropiados que el Espíritu Santo le dio para esta ocasión (Lc 4:1–13). La palabra de Dios aquí no significa toda la Biblia, sino aquella porción concreta de la Biblia que sea más apropiada para la ocasión.

Dios nos da toda la protección que necesitamos. Debemos poner solicitud en que nuestro andar con el Señor «suene a cierto», en que nuestras vidas sean rectas para con Dios y para con aquellos con los que entramos en contacto, que buscamos hacer la paz allí donde vayamos, que levantemos aquel escudo de la fe para apagar los dardos encendidos del diablo, que protegemos nuestras mentes de temores, falsedades doctrinales y ansiedades que nos asaltan con facilidad, y que empleamos la palabra de Dios de forma eficaz en el poder del Espíritu. Recordemos que fue mediante los repetidos golpes de espada de la palabra de Dios que Jesús venció a su adversario en el desierto (Mt. 4:1-7).

Orando en todo tiempo, vigilando con toda perseverancia. La naturaleza de la guerra espiritual a la cual el cristiano está expuesto requiere que mantenga una actitud de oración las veinticuatro horas del día. A la vez, no “quitar el ojo” de la persona de Cristo y mantenerse relacionado con él con fidelidad.

La oración no es mencionada como parte de la armadura, pero no exageraremos su importancia si decimos que es la atmósfera en la que el soldado ha de vivir y respirar. Es el espíritu en el que ha de ponerse la armadura y hacer frente al adversario. La oración debería ser continua, no esporádica; un hábito, no un acto aislado. También el soldado debería emplear toda clase de oración: pública y privada; deliberada y espontánea; ruego e intercesión; confesión y humillación; alabanza y acción de gracias.

Y la oración debiera ser en el Espíritu, es decir, inspirada y conducida por Él. ¿Qué valor tienen en el combate contra el infierno las oraciones formales recitadas puramente de rutina (sin pensar en su significado)? Debe haber vigilancia en la oración: velando en ello. Hemos de velar contra el adormecimiento, contra el vaivén de los pensamientos y con la preocupación por otras cosas. La oración demanda agudeza espiritual, estar alertas, y concentración. Y ha de haber perseverancia en la oración. Hemos de persistir en pedir, buscar, llamar (Lc. 11:9). La súplica debería hacerse por todos los santos. Ellos están también enzarzados en la lucha, y necesitan ser apoyados en oración por sus compañeros de milicia.

Concluyendo, el cinturón de la verdad sirve para sujetar las ropas sueltas y así estar listo para la batalla. La coraza de justicia sirve para proteger el torso, el corazón y otros órganos vitales del soldado. Al asociarlo con la justicia, indica que estamos protegidos cuando mantenemos una relación íntima con Dios y buscamos el mayor bien de nuestro prójimo. Calzarse con la preparación para proclamar el evangelio da protección y capacita para el cumplimiento de la tarea. 

El escudo de la fe sirve como defensa contra los dardos de fuego. La fe aquí no se refiere a las doctrinas, sino a la confianza que el creyente tiene en Dios por medio de Jesucristo. El casco de la salvación sirve para proteger la cabeza. Satanás quiere atacar la mente y los pensamientos del creyente sobre la seguridad de su salvación. La espada del Espíritu cumple tanto las tareas de ataque como de defensa. El cristiano ha de aprender a usar la Palabra como “espada de dos filos” (cf. Heb. 4:12). En medio de la batalla espiritual, cada creyente haría bien en afirmar su armadura divina diariamente.

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Me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos - Jud 1:3 (RVR).

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