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29 ago 2015

SABIDURIA DE LO ALTO

SABIDURIA DE LO ALTO
Por: Dr. Félix Muñoz


¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz - Stg 3:13-18 (RVR).


Santiago pasa a tratar la diferencia entre la verdadera y la falsa sabiduría. Cuando habla de la sabiduría, no está pensando acerca de cuánto conocimiento tenga alguien, sino acerca de cómo vive su vida de cada día. No es la posesión del conocimiento lo que cuenta, sino su apropiada aplicación. Tenemos aquí un retrato del hombre verdaderamente sabio. Fundamentalmente, este hombre es el Señor Jesucristo: Él es la sabiduría encarnada (Mt. 11:19; 1 C.o 1:30). Pero también la persona sabia es la que manifiesta la vida de Cristo, aquella en la que se hace evidente el fruto del Espíritu (Gá. 5:22, 23).



Tenemos también un retrato del hombre con sabiduría mundana. El tal actúa siguiendo los principios de este mundo. Incorpora todos los rasgos que los hombres glorifican. Su conducta no da evidencia alguna de vida divina en su interior.

Si alguien es sabio y entendido, lo demostrará mediante su buena conducta junto con el espíritu humilde que proviene de la sabiduría. El Señor Jesús, la encarnación de la verdadera sabiduría, no era orgulloso ni arrogante; era manso y humilde de corazón (Mt. 11:29). Por ello, todos los que son verdaderamente sabios tendrán la marca de la humildad genuina.

El hombre de sabiduría mundana está caracterizado por celos amargos y egoísta ambición en su corazón. Su gran pasión en la vida es favorecer sus propios intereses. Siente celos de todo competidor, y es implacable en sus tratos con ellos. Está orgulloso de su sabiduría que le ha dado éxito. Pero Santiago dice que ésta no es sabiduría en absoluto. Tal jactancia es vana. Es una negación práctica de la verdad de que el hombre verdaderamente sabio es verdaderamente humilde.

Incluso en el servicio cristiano es posiblemente ser amargamente celoso de otros obreros, y tratar de buscar un puesto destacado para uno mismo. Hay siempre un peligro de que se les dé puestos de liderazgo en la iglesia a los sabios de este mundo. Debemos mantenernos constantemente en guardia en contra de permitir que los principios mundanos nos guíen en los asuntos espirituales. Santiago califica a esta falsa sabiduría de terrenal, natural, o sensual, y demoníaca (literal Gr.). Hay una progresión intencionada hacia abajo en estos tres adjetivos. Terrenal significa que es una sabiduría no del cielo, sino de esta tierra. Natural, o sensual, significa que no es fruto del Espíritu Santo, sino de la naturaleza inferior del hombre. Diabólica, o demoníaca, significa que se rebaja a acciones que se parecen más a la conducta de los demonios que a la de los hombres.

Siempre que se descubra celos y rivalidad, se encontrará también allí perturbación, desavenencia y toda otra obra perversa. ¡Cuán cierto! Pensemos en la intranquilidad y agitación que azota al mundo en la actualidad; ¡todo ello debido a que los hombres rechazan la verdadera Sabiduría y actúan según su propia supuesta inteligencia!

La sabiduría que proviene de Dios es primeramente pura. En pensamiento, palabra y acción, es limpia. En espíritu y cuerpo, en doctrina y práctica, en fe y moral, es incontaminada. Es también pacífica. Esto sencillamente significa que un sabio ama la paz, y hará todo lo que esté en su mano para mantener la paz sin sacrificar la pureza. Esto se ilustra con la historia de Lutero de las dos cabras que se encontraron en un puente estrecho
sobre un agua profunda. No podían ir para atrás y no se atrevían a luchar. Después de un breve parlamento, una de ellas se echó al suelo y dejó que la otra pasase por encima, y así no se hicieron daño. La lección, dice Lutero, «es sencilla: conténtate si tu persona es pisoteada por causa de la paz; tu persona, digo; no tu conciencia». La verdadera sabiduría es condescendiente. Es paciente, no abrumadora; cortés, no cruda. Un sabio es un caballero, respetuoso para con los sentimientos de los demás. «Las maneras rudas y sarcásticas, la respuesta cortante, el desaire hostil, todo eso nada tiene en
común con la gentil enseñanza del Consolador». 

La siguiente característica de la sabiduría es que es benigna. Eso significa que es conciliadora, que está dispuesta a oír, a razonar, dispuesta a ceder cuando la verdad lo demanda. Es lo opuesto a la obstinación y a la inflexibilidad. La sabiduría de lo alto está llena de misericordia y de buenos frutos. Está llena de misericordia para los que están en el mal, y ansiosa de ayudarlos a encontrar el camino recto. Es compasiva y gentil. No es vengativa. Más bien, devuelve benevolencia por la descortesía. Es sin parcialidad (RVR77, margen), es decir, no produce favoritismos. Es imparcial en su manera de tratar a los demás. 



Finalmente, la verdadera sabiduría es sin hipocresía. Es sincera y genuina. No pretende ser otra cosa de lo que realmente es. Reunamos ahora todas estas reflexiones para formar los retratos de dos hombres —del verdaderamente sabio y del hombre con falsa sabiduría—. El verdaderamente sabio es genuinamente humilde. Estima a otros como mejores que él mismo. No adopta un falso aire de superioridad, sino que hace que los demás se sientan cómodos con él. Su conducta no es como la del mundo que le rodea, es de fuera de este mundo. No vive para el cuerpo, sino
para el espíritu. En palabras y acciones, recuerda al Señor Jesús. Su vida es pura. Moral y espiritualmente, es limpio. También es pacífico. Soportará los insultos y las falsas acusaciones, y no se revolverá; ni siquiera tratará de justificarse. Es gentil, suave y tierno.

Y es fácil razonar con él, porque está dispuesto a ver el punto de vista de la otra persona. No es vengativo, sino que está siempre dispuesto a perdonar a quien le haya hecho daño. No sólo eso, sino que como práctica habitual se muestra bondadoso para con los demás, especialmente con los que no lo merecen. Y es igual para con todos; no juega a favoritos. Los ricos reciben el mismo tratamiento que los pobres; los grandes no son preferidos al común de la gente. Finalmente, no es un hipócrita. No dice una cosa cuando piensa otra. Nunca le oirás lisonjear. Dice la verdad, y nunca se pone una careta. El hombre de sabiduría mundana no es así. Tiene el corazón lleno de envidia y contienda. En su determinación a enriquecerse, se vuelve intolerante con todos los rivales o\ competidores. No hay nada noble en su conducta; no asciende a más altura que la tierra. Vive para gratificar sus apetitos naturales —como los animales—. Y sus métodos son crueles, pérfidos y demoniacos. Debajo de su traje bien planchado hay una vida de impureza. 

Su vida mental es sucia, su moralidad degradada, su manera de hablar inmunda. Es pendenciero con todos los que no están de acuerdo con él y con los que le contrarían en cualquier forma. En el hogar, en el trabajo, en la vida social, es constantemente contencioso. Y es duro y abrumador, rudo y crudo. No es fácil estar junto a él; mantiene a la gente a distancia. Es prácticamente imposible razonar con él de manera tranquila. Su mente está ya decidida, y sus opiniones no están sujetas a cambios. Es rencoroso y vengativo. Cuando atrapa a alguien en una falta o en un error, no muestra misericordia. Descarga un torrente de insultos, de descortesía y de malicia. Valora a las personas según el beneficio que pueda conseguir de ellas. Cuando ya no las puede «usar» más, es decir, cuando ya no tiene esperanza de sacar provecho de conocerlas, pierde todo interés en ellas. Finalmente, tiene dos caras, es insincero. Nunca se puede estar seguro de él, ni de sus palabras ni de sus acciones.



Santiago termina este capítulo con estas palabras: Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz. Este versículo es un vínculo de conexión entre lo que hemos estado tratando y lo que sigue a continuación. Acabamos de aprender que la verdadera sabiduría es amante de la paz. En el siguiente capítulo encontramos conflicto entre el pueblo de Dios. Aquí se nos recuerda que la vida es como un proceso de agricultura. Tenemos al granjero (el sabio que es pacificador); el clima (la paz); y la cosecha (la justicia). El granjero quiere conseguir una cosecha de justicia. ¿Se puede esto
conseguir en una atmósfera de pendencias y altercados? No; la siembra ha de tener lugar bajo condiciones de paz. Tiene que ser hecha por aquellos que son de disposición pacífica. Se producirá una cosecha de rectitud en sus propias vidas y en las vidas de aquellos a los que ministren. Una vez más, Santiago tiene que poner nuestra fe a prueba, esta vez con respecto a la clase de sabiduría que manifestamos en nuestra vida cotidiana.

Hemos de preguntarnos: «¿Respeto más a los orgullosos de este mundo que al humilde creyente en el Señor Jesús?». «¿Sirvo al Señor sin preocuparme de quién recibe el crédito por ello?». «¿O empleo a veces medios dudosos para conseguir buenos resultados?». «¿Me hago culpable de adulación para influir sobre la gente?». «¿Abrigo celos y resentimiento en mi corazón?». «¿Recurro al sarcasmo y a observaciones agrias?». «¿Soy puro en mi pensamiento, en mi manera de hablar, en mi moralidad?».


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Me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos - Jud 1:3 (RVR).

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