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4 sept 2015

El Problema del Mal: ¿Por qué pasan cosas malas si un Dios bueno existe?

Un filósofo llamado Epicuro hizo el siguiente argumento:

“¿Está Dios dispuesto a prevenir el mal, pero no puede?

Entonces, no es omnipotente.
¿Está dispuesto y no quiere?
Entonces, es malévolo.
¿Está dispuesto y quiere?
Entonces, ¿de dónde viene el mal?
¿No está dispuesto y tampoco quiere?
Entonces, ¿por qué llamarlo ‘Dios’?”




Más recientemente, los postulados de Epicuro suenan como: “Si Dios es bueno y todopoderoso, ¿por qué hay mal en el mundo?”



A esta pregunta y/o premisas se le conoce en la Teología como “El Problema del Mal.” Esta es una de las principales preguntas que tienen los escépticos y una de las primordiales armas que utiliza el ateo en contra del Cristianismo.

Antes de comenzar, quiero hacer la distinción entre dos tipos de mal:
  1. El problema intelectual del mal – trata con dar explicaciones razonables de la coexistencia de Dios y el mal.
  2. El problema emocional del mal – trata con consolar a aquellos que están en medio del sufrimiento y disolver la apatía emocional que la gente le tiene a un Dios que permite tal mal.
La distinción es importante porque la solución al Problema Intelectual del Mal sería seca, desconsolante e indiferente a alguien que está atravesando por un sufrimiento. De la misma manera, la solución al Problema Emocional del Mal sería considerada superficial y carente para alguien que cuestiona el problema de forma abstracta.

El Problema Intelectual del Mal tiene más que ver con filosofía. El Problema Emocional del Mal tiende más hacia la consejería.

Ahora bien, en esta entrada estaré tocando solamemente el tema del Problema Intelectual del Mal.
____
El Problema Intelectual del Mal
El propósito de este argumento es demostrar que es lógicamente imposible que ambos – Dios y el mal – coexistan. Son lógicamente incompatibles. Si uno existe, el otro no puede existir.



El argumento se plasma de la siguiente manera:
  1. El Mal Existe.
  2. Dios, que es todopoderoso y omnibenevolente, existe.
  3. Pero, un Dios todopoderoso podría crear un mundo sin mal
  4. Y un Dios omnibenevolente (enteramente bueno) quisiera un mundo sin mal.
  5. Por lo tanto, Dios no existe.
Aquí las premisas que son aparentemente contradictorias son la (1) y la (2).
Interesantemente, tal y como está, las premisas (1) y (2) no son lógicamente consistentes. ¿Por qué necesariamente son contradictorias? En este punto, el objetor al Cristianismo debe proveer razonamiento y prueba demostrando que si (1) es cierto, (2) no puede ser cierto o vice versa.

Lo más cercano que he encontrado como respuesta a esta responsabilidad de prueba que tiene el objetor del Cristianismo es la premisa (3), que dice que Dios puede “crear un mundo sin mal,” donde todos solamente pudiésemos escoger hacer el bien.”

La realidad es que no.

La respuesta presume que la omnipotencia de Dios puede aquello que es lógicamente imposible. ¿Cuál es esta imposibilidad? Crear un mundo donde personas sean libres para escoger solamente el bien. Si sólo hay una opción, ¿cómo es que somos “libres para escoger”? Esta “solución” es contradictoria y sería problemática, ya que eliminar la libertad de escoger, eliminaría la posibilidad de amar – por ejemplo. Así que, si Dios permite la libertad de escoger (libre albedrío), es imposible que Dios pueda garantizar cuáles serían esas elecciones.



En pocas palabras:

Dios es responsable por el hecho de la libertad de escoger, pero el ser humano es responsable por sus elecciones. Dios hizo la maldad posible, el ser humano la hizo real.

¿Por qué hizo la maldad posible? Porque si no, no fuésemos libres: sin voluntad propia, sin emociones y sin amor. Por ejemplo, mi hija tiene una muñeca que, cuando se aprieta, dice “¡Te amo!” Si mi hija no la aprieta, la muñeca dice y hace nada. Esa muñeca, ¿ama a mi hija? ¡Claro que no! ¿Por qué? Porque la muñeca efectivamente deja de existir cuando mi hija no está – es decir, como la muñeca no es libre, está limitada a lo que mi hija haga con ella.

En un mundo donde no fuésemos libres para escoger entre el mal y el bien libremente, la vida perdería su sentido, porque, para destruir el mal, habría que destruir la libertad. Por lo tanto, destruir el mal sería algo malo.

Por supuesto, es lógicamente posible ser libre para escoger el mal, pero siempre escoger el bien. Esto le pasó a Adán, antes de la caída. Jesús vivió su vida así. Sin embargo, el hecho de que sea lógicamente posible no significa que se convierte en una realidad.

Nuestra débil capacidad de escoger el bien está vinculada con nuestro pecado. Siempre que se escoge egoístamente hay quienes se afectan, por menos que te importe. Hacer el bien cuesta – a veces más de lo que estamos dispuestos a dar.

Por lo tanto, no es lógicamente inconcebible que personas que escogen hacer el mal se encuentren consecuencias de sufrimiento y dolor a otras personas que, tal vez, no tuvieron nada que ver. Dios no es el culpable, somos nosotros.

Pero, ¿por qué Dios permite? Porque sería ir en contra de algo que Él mismo estableció: el libre albedrío. Dios no puede negarse a sí mismo.

Es por esta razón que Dios no puso la esperanza para enfrentar las consecuencias del mal en seres imperfectos como nosotros. Familiarizado con el dolor y el sufrimiento, Dios puso esta esperanza en Su Hijo.

Por la victoria de Jesús sobre la muerte y el sufrimiento es que sabemos que el mal no durará para siempre; no importando que uno sienta que no tiene fin.
Por último, el problema planteado por Epicuro desaparece cuando contestamos la pregunta clave: “Entonces, ¿de dónde viene el mal?”

De nosotros mismos.

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Me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos - Jud 1:3 (RVR).

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