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9 oct 2015

Poder para la santidad





Poder para la santidad
Por:  Félix Muñoz


Leer: Gálatas 5:16-26

El creyente debería andar en el Espíritu, no en la carne. Andar en (o por) el Espíritu es dejar que Él tenga Su vía. Es permanecer en comunión con Él. Es tomar decisiones a la luz de Su santidad. Es estar ocupados con Cristo, porque el ministerio del Espíritu es ocupar al creyente con el Señor Jesús. Cuando así andamos en el Espíritu, entonces la carne, o vida del yo, es tratada como muerta. No podemos estar ocupados a la vez con Cristo y con el pecado.


El problema de la vida cristiana se basa en el hecho de que en tanto que el cristiano viveen este mundo es, por así decirlo, dos árboles —el viejo árbol de la carne, y el nuevo árbol de la naturaleza divina implantada por el nuevo nacimiento; y el problema mismo es cómo mantener estéril el viejo árbol y hacer fructífero el nuevo. El problema se resuelve andando en el Espíritu. Este versículo y los siguientes muestran que la carne sigue presente en el cristiano. Con ello queda refutada la idea de que la naturaleza pecaminosa es erradicada.



El Espíritu y la carne están en constante conflicto. Dios podría haber quitado la naturaleza carnal de los creyentes en el momento de su conversión, pero decidió no hacerlo. ¿Por qué? Quería mantenerlos continuamente conscientes de su propia debilidad; quería mantenerlos continuamente dependientes de Cristo, su Sacerdote y Abogado; y hacer que diesen incesantes alabanzas a Aquel que salvó a tales gusanos. En lugar de quitar la vieja naturaleza, Dios nos dio Su propio Santo Espíritu para que morase en nosotros. El Espíritu de Dios y nuestra carne están en perpetua guerra, y seguirán estándolo hasta que seamos llevados al hogar celestial. La parte del creyente en este conflicto es rendirse al Espíritu.

Los que son guiados por el Espíritu no están bajo la ley. Este versículo se podría comprender de dos maneras: Guiados por el Espíritu es una descripción de todos los cristianos. Es por ello que ningún cristiano está bajo la ley; no depende de sus propios esfuerzos. Es el Espíritu quien resiste los intentos del mal dentro de ellos, no son ellos mismos. Asimismo, ser guiados por el Espíritu significa ser elevados por encima de la carne y estar ocupados con el Señor. Cuando uno está ocupado en este sentido, no está pensando en la ley ni en la carne. El Espíritu de Dios no conduce a nadie a contemplar la ley como un medio de justificación. En lugar de ello, los señala al Cristo resucitado como la única base de aceptación delante de Dios.

La ley apela a la energía de la carne. ¿Qué clase de obras produce la naturaleza humana caída? No hay dificultad en identificar las obras de la carne. Son evidentes para todos. El adulterio es la infidelidad a la relación matrimonial. La fornicación es la relación sexual ilegítima. La inmundicia es mal moral, sensualidad. La lascivia es una desvergonzada conducta involucrando la ausencia de freno. La idolatría no es sólo el culto a los ídolos, sino también la inmoralidad que acompaña al culto a los demonios. La hechicería es la brujería, y la palabra griega está relacionada con las drogas (pharmakeia). Debido a que se usaban drogas en la brujería, esta palabra vino a significar relación con malos espíritus, o el empleo de encantamientos. Puede también incluir supersticiones, «mala suerte», etc. 



Enemistades se refiere a intensos sentidos de malignidad dirigidos contra los demás. Los pleitos son la discordia, disensiones, peleas. Los celos son las suspicacias, la falta de confianza. Las explosiones de ira son la expresión de cólera o pasión descontroladas. Contiendas se refiere a los esfuerzos egocéntricos por ser el «número uno», incluso a costa de otros. Las divisiones son separaciones causadas por desacuerdos. Los sectarismos son las divisiones causadas por hombres con opiniones obcecadas. La envidia es el desagrado ante el éxito o la prosperidad de otros. Los homicidios son el acto de dar muerte a otros de forma ilegítima. Borracheras se refiere a la embriaguez causada por bebidas fuertes. Orgías son reuniones desenfrenadas buscando diversión, acompañadas de borracheras.

Pablo advierte a sus lectores, como ya lo había hecho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Este pasaje no enseña que el borracho no pueda ser salvo, pero sí dice que aquellos cuyas vidas están caracterizadas por el anterior catálogo de obras carnales no han sido salvos. ¿Por qué Pablo tenía necesidad de escribir de esta manera a iglesias de cristianos? Eso se debe a que no todos los que profesan ser salvos son verdaderos hijos de Dios. Así, a lo largo del NT el Espíritu Santo a menudo sigue la presentación de maravillosas verdades espirituales con las más solemnes advertencias a todos los que profesan en nombre de Cristo.

Es significativo que el apóstol distingue entre las obras de la carne y el fruto del Espíritu. Las obras son producto de la energía humana. El fruto crece según una rama permanece en la vid (Jn. 15:5). Difieren entre sí como difieren una fábrica y un huerto. Observemos que el fruto está en singular, no en plural. El Espíritu Santo produce una clase de fruto, es decir, la imagen de Cristo en el creyente. Todas las virtudes que se dan ahora escriben la vida del hijo de Dios. Cada una de ellas es extraña al terreno del corazón humano.

Amor es lo que Dios es y lo que nosotros deberíamos ser. Está hermosamente descrito en 1 Corintios 13, y se expresa en toda su plenitud en la cruz del Calvario. Gozo es contentamiento y satisfacción con Dios y con todos Sus tratos. Cristo lo exhibió en Juan 4:34. Paz podría incluir la paz de Dios así como las armónicas relaciones entre los cristianos. Para paz en la vida del Redentor, véase Lucas 8:22–25. Paciencia es largura de ánimo en las aflicciones, contrariedades y persecuciones. Su ejemplo supremo se encuentra


en Lucas 23:34. Benignidad es gentileza, quizá mejor expresada en la actitud del Señor para con los niñitos (Mr. 10:14). Bondad es la benignidad mostrada a otros. Para ver la bondad en acción, sólo hemos de leer Lucas 10:30–35. Fidelidad puede significar fe, o confianza en Dios, confianza en nuestros hermanos cristianos, o bien fidelidad, fiabilidad.

Esto último es probablemente su significado aquí. Mansedumbre es asumir un puesto subordinado, como lo hizo Jesús cuando lavó los pies de Sus discípulos (Jn. 13:1–17). Dominio propio significa literalmente refrenarse a sí mismo, especialmente en lo tocante al sexo. Nuestras vidas deberían ser disciplinadas. Los deseos, las pasiones, los apetitos y el temperamento deberían ser gobernados. Deberíamos practicar la moderación. Como observa Samuel Chadwick: En lenguaje llano, este pasaje se traduce algo así: el fruto del Espíritu es una disposición afectuosa, amistosa; un espíritu radiante y un talante alegre; una mente y forma de actuar tranquilas; una paciencia longánime en circunstancias provocadoras y con personas difíciles de soportar; una consideración afín y disposición a ayudar con tacto; un juicio y ánimo generosos; lealtad y fiabilidad bajo todas las circunstancias; una humildad que olvida el yo en el goce de otros; en todas las cosas dominado y controlado por uno mismo, lo que es la marca final de la perfección. ¡Cuán notable es su relación con 1 Corintios 13!

Pablo finaliza esta lista con las crípticas palabras: Contra tales cosas no hay ley. ¡Claro que no! Estas virtudes son gratas a Dios, benéficas para otros y buenas para nosotros. Pero, ¿cómo se produce este fruto? ¿Por el esfuerzo humano? No, en absoluto. Es producido al vivir los cristianos en comunión con el Señor. Al contemplar al Salvador en amante devoción y obedecerle en la vida diaria, el Espíritu Santo obra un maravilloso milagro. Los transforma a imagen de Cristo. Se transforman a semejanza de Él al contemplarlo (2 Co. 3:18). Así como el pámpano deriva toda su vida y alimento de la vid, así el creyente en Cristo deriva su fuerza de la Vid Verdadera, y es así capaz de vivir una vida llena de fruto para Dios.

Los que son de Cristo han crucificado la carne. El tiempo verbal aquí indica algo que sucedió de forma decisiva en el pasado. En realidad, tuvo lugar en el tiempo de nuestra conversión. Cuando nos arrepentimos, en cierto sentido clavamos en la cruz la vieja, malvada y corrompida naturaleza, con sus pasiones y deseos. Decidimos que ya no viviríamos para agradar a nuestra vieja naturaleza caída, que dejaría de dominarnos. Naturalmente esta decisión ha de ser constantemente renovada. Debemos mantener constantemente la carne en el puesto de la muerte (Rom. 6:6).

Si tiene aquí la connotación de «Por cuanto». Por cuanto tenemos vida eterna por la obra del Espíritu Santo en nosotros, vivamos la nueva vida por el poder del mismo Espíritu. La ley nunca podía dar vida, y nunca fue dada para que fuese la regla de vida del cristiano.

Los creyentes tenemos tres actitudes que evitar:

1. La vanagloria —No nos hagamos vanagloriosos, literalmente manteniendo una falsa o vacía opinión (de nosotros mismos) —. Dios no quiere que los cristianos sean unos vanidosos o engreídos jactanciosos; no concuerda con ser pecadores salvos por la gracia. Los que viven bajo la ley a menudo se enorgullecen de sus míseros logros, y escarnecen a aquellos que no se ajustan a sus normas, y los cristianos legalistas a menudo denigran a otros cristianos que no tienen la misma lista de temas fronterizos que ellos condenan.

2. La provocación —Provocándonos unos a otros—. Es una negación de la vida llena del Espíritu provocar o retar a otros a que lleguen a la medida de las propias opiniones privadas. Uno nunca conoce los problemas o las tentaciones del corazón de otra persona, al nunca haber estado en su piel.

3. La envidia —Envidiándonos unos a otros—. La envidia es específicamente el
pecado de desear algo que pertenece a otra persona y a lo que uno no tiene derecho. La envidia lamenta el éxito superior de otra persona, sus talentos, posesiones o buena apariencia. Las personas de poco talento o de carácter débil son susceptibles a envidiar a los que parecen observar mejor la ley. Todos estos atributos son extraños a la gracia. Un verdadero creyente debería estimar a otros como mejores que él mismo. 

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Me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos - Jud 1:3 (RVR).

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