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19 feb 2015

SU TRASCENDENCIA

SU TRASCENDENCIA
LA NATURALEZA DE DIOS ES ESPIRITUAL

Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo?
Isaías 66:1

“Dios es espíritu”, le dijo Jesús a la mujer samaritana junto al pozo (Juan 4:24). Aunque es un ser totalmente personal, Dios no vive en un cuerpo y por medio de él, como nosotros, y por tanto, no está anclado dentro de un marco temporo-espacial. De esta realidad , y del hecho de que Él tiene existencia en sí mismo y no está marcado como nosotros por la desintegración personal (falta de concentración y de control) que el pecado ha
producido en nosotros, se derivan varias cosas.

En primer lugar, Dios no está limitado ni por el espacio (está en todas partes y en toda su plenitud continuamente) ni por el tiempo (no hay “momento presente” en el que se encuentre encerrado, como nosotros). Los teólogos se refieren a la libertad que tiene Dios con respecto a los límites y las ataduras como su infinitud, su inmensidad y su trascendencia (1 Reyes 8:27; Isaías 40:12–26; 66:1). Puesto que es Él quien sostiene todas las cosas para que existan, también tiene siempre presentes todas las cosas en todos los lugares, en su relación propia con su plan y propósito totales para cada cosa y cada persona de su mundo (Daniel 4:34–35; Efesios 1:11).

En segundo lugar, Dios es inmutable. Esto significa que es totalmente coherente: puesto que es perfecto por necesidad, no puede cambiar ni para mejorar ni para empeorar; y puesto que no se halla inmerso en el tiempo, no está sujeto a cambios, como les sucede a las criaturas (2 Pedro 3:8). Lejos de hallarse desconectado e inmóvil, Él se halla siempre activo en su mundo, haciendo constantemente que broten cosas nuevas (Isaías 42:9; 2 Corintios 5:17; Apocalipsis 21:5), pero en todo esto expresa su carácter perfecto con una coherencia también perfecta. Precisamente, es la inmutabilidad de su carácter la que garantiza que cumplirá las palabras que ha dicho y los planes que ha hecho (Números 23:19; Salmo 33:11; Malaquías 3:6; Santiago 1:16–18), y es esta inmutabilidad la que explica por qué, cuando una persona cambia de actitud hacia El, también cambia su actitud hacia esa persona (Génesis 6:5–7; Éxodo 32:9–14; 1 Samuel 15:11; Jonás 3:10). 

La idea de que esta inmutabilidad de Dios comprende una impasible indiferencia ante lo que está sucediendo en este mundo, es diametralmente opuesta a la verdad. En tercer lugar, los sentimientos de Dios no se hallan fuera de su control, como les sucede a los nuestros con tanta frecuencia. Los teólogos expresan esto diciendo que Dios es impasible. No quieren decir con esto que carezca por completo de sentimientos, sino que cuanto Él siente, al igual que cuanto hace, es cuestión de una decisión voluntaria y deliberada suya, y se halla incluido en la unidad de su ser infinito. Dios nunca es víctima
nuestra, en el sentido de que le hagamos sufrir donde Él no haya escogido primero sufrir. No obstante, abundan las Escrituras que expresan la realidad de las emociones de Dios (gozo, angustia, ira, agrado, amor, odio, etc.), y es un gran error olvidar que Dios siente, aunque de una forma necesaria que trasciende la experiencia emocional de los seres finitos.



En cuarto lugar, todos los pensamientos y las acciones de Dios involucran todo su ser. Esto es su integra- ción, llamado a veces “simplicidad”. Esta cualidad hace un fuerte contraste con la complejidad y falta de integración de nuestra propia existencia personal, en la cual, como consecuencia del pecado, muy raras veces podemos concentrar todo nuestro ser y todos nuestros poderes en algo, si es que lo logramos alguna vez. En cambio, uno de los aspectos de las maravillas de Dios es que Él dedica de manera simultánea su atención total e indivisa, no sólo a las cosas una a una, sino a todas las cosas y todas las personas, en cualquier lugar de este mundo, tanto en el pasado como en el presente y en el futuro (cf. Mateo 10:29–30).



En quinto lugar, el Dios que es espíritu debe ser adorado en espíritu y en verdad, como dijo Jesús (Juan 4:24). “En espíritu” significa “desde un corazón renovado por el Espíritu Santo”. Ningún rito, movimiento corporal o formalidad piadosa constituye adoración sin que esté involucrado en corazón, y esto sólo lo puede causar el Espíritu Santo. “En verdad” significa “apoyándose en la revelación hecha por Dios de la realidad, y que culmina en Jesucristo, la Palabra encarnada”. En primer lugar, y por encima de todo, se trata de la revelación de lo que somos, como pecadores perdidos, y lo que es Dios para nosotros, como el Creador-Redentor por medio del ministerio mediador de Jesús.



En el presente, no hay lugar alguno en la tierra del que se haya dispuesto que sea el único centro de adoración. La habitación simbólica de Dios en la Jerusalén terrena fue reemplazada cuando llegó el tiempo (Juan 4:23) por su habitación en la Jerusalén celestial, desde la cual ministra Jesús ahora (Hebreos 12:22–24). En el Espíritu, “cercano está Jehová a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras”, dondequiera que estén (Salmo 145:18; cf. Hebreos 4:14–16). Esta disponibilidad de Dios a nivel mundial es parte de las buenas nuevas del Evangelio; es un maravilloso beneficio, y no nos deberíamos limitar a darlo por sentado.

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Me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos - Jud 1:3 (RVR).

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