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9 mar 2015

La obligación que emana del nuevo nacimiento

La obligación que emana del nuevo nacimiento
Por: Dr. Félix Muñoz


“Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor – 1 Pedro 2:1-3 (RVR)”.

Debido a que son partícipes de la vida divina, los cristianos deberían echar de sí todos los siguientes rasgos contra el amor:

Malicia —el abrazamiento de malos pensamientos contra otra persona. La malicia alimenta el antagonismo, edifica rencores y espera secretamente que el otro será alcanzado por la venganza, el daño o la tragedia. George Washington Carver vio rechazada su petición de admisión en una universidad porque era negro. Años después, cuando alguien le preguntó el nombre de aquella universidad, contestó: «No hay por qué. Aquello ya no importa». No abrigaba malicia alguna.



Engaño —cualquier forma de deshonestidad y añagaza (¡qué variedad de formas asume!)—. El engaño falsifica las declaraciones de hacienda, copia en los exámenes, miente sobre la edad, soborna a funcionarios y urde dudosos tratos en negocios.

Hipocresías —doblez, falsas pretensiones, farsa. El hipócrita es un actor que pretende ser alguien que no es. Pretende estar felizmente casado cuando su hogar es en realidad un campo de batalla. Pretende ser espiritual los domingos pero es tan carnal como una cabra durante la semana. Pretende estar interesado en los demás, pero sus motivos son egoístas.

Envidias —los desnudos celos—. Vine lo define como el sentimiento de desagrado suscitado al observar u oír de las ventajas o prosperidad de otros. Fue la envidia lo que hizo que los principales sacerdotes entregasen a Jesús a Pilato para ser muerto (Mt. 27:18). La envidia sigue siendo un homicida. Las mujeres pueden asesinarse con la mirada por los mejores hogares y jardines de las otras, vestidos más elegantes o una cocina superior. Un hombre puede felicitar a otro por su nuevo auto o lancha rápida, pero está pensando: «Ya verá éste. Conseguiré algo mejor que él».



Detracciones —denigración, murmuración maliciosa, vilipendio. La calumnia es el intento de mostrarse limpio arrojando fango sobre alguna otra persona. Puede adquirir formas muy sutiles, como: «Sí, es una persona encantadora, pero tiene este fallo…», y luego se le apuñala diestramente. O incluso puede adquirir una pose religiosa: «Lo menciono sólo para vuestra reunión de oración, pero, ¿sabíais que…?» y luego se asesina su carácter. Todos esos pecados son violaciones del mandamiento fundamental de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. No es sorprendente que Pedro nos dice que de manera decidida nos despojemos de tales cosas.

Una segunda obligación que emana del nuevo nacimiento es tener un anhelo insaciable de la leche espiritual no adulterada. Los pecados mencionados en los anteriores versículos detienen el crecimiento espiritual; la buena palabra de Dios lo alimenta.

La frase como niños recién nacidos no necesariamente significa que los lectores de Pedro fuesen nuevos creyentes; puede que hubiesen estado salvados durante varios años. Pero más mayores o menos en la fe, deberían sentir sed por la palabra así como los recién nacidos claman por la leche. Tenemos una cierta idea de la sed de un bebé sano por la manera impaciente, agresiva y decidida con la que chupa y traga.

Mediante la leche espiritual no adulterada, el creyente crece espiritualmente. La meta final hacia la que se dirige todo crecimiento espiritual en esta vida es la conformidad a la imagen de nuestro Señor Jesucristo.



Si es que habéis gustado la benignidad del Señor. ¡Qué tremendo motivo para estar sedientos por la leche espiritual no adulterada! El si no expresa duda alguna: hemos gustado y visto que el Señor es bueno (Sal. 34:8). Su sacrificio por nosotros fue un acto de indecible bondad y benignidad (Tit. 3:4). Lo que ya hemos gustado de Su benignidad debería avivar nuestro apetito para alimentarnos más de Él. El dulce sabor de la comunión con Él debería hacernos temer el pensamiento de jamás apartarnos de Él.

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Me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos - Jud 1:3 (RVR).

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