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19 ago 2015

Delincuencia eclesiástica

Delincuencia eclesiástica
Por: DR. Félix Muñoz

LEER: (Tito 1:10-16)

En la iglesia primitiva había «la libertad del Espíritu», esto es, libertad para que los hombres participasen en las reuniones como fuesen conducidos por el Espíritu Santo. 



Pablo describe una reunión «abierta» de este tipo en 1 Corintios 14:26: «¿Qué, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene enseñanza, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. 

Hágase todo para edificación». Es una situación ideal esa en la que el Espíritu de Dios tiene libertad para hablar por medio de varios miembros de la congregación. Pero siendo la naturaleza humana como es, allí donde hay esta libertad casi siempre encontramos a hombres precipitándose allá para abusar esparciendo falsas doctrinas, sutilezas no edificantes o divagaciones aparentemente sin fin, vacías del Espíritu.



Esto había sucedido en las congregaciones de Creta. Pablo se daba cuenta de que debía haber un fuerte liderazgo espiritual para controlar los abusos y preservar la libertad del Espíritu. También veía que se precisaba de una gran cautela para designar a ancianos que estuviesen plenamente capacitados. De modo que aquí expone las condiciones que demandaban una rápida acción en la designación de ancianos en las iglesias. Muchos rebeldes habían surgido para desafiar la autoridad de los apóstoles y negar sus enseñanzas. Eran habladores de vanidades y engañadores. Sus palabras no daban beneficios espirituales. Lo que hacían era privar a las personas de la verdad y conducirlos al error.

Los principales causantes de problemas eran los del partido de la circuncisión, es decir, los maestros judíos que profesaban ser cristianos pero que insistían en que los cristianos se han de circuncidar y observar la ley ceremonial. Esto era en la práctica una negación de la obra de Cristo.

A los hombres de esta clase se les había de tapar la boca. Habían de aprender que la asamblea no es una democracia, y que la libertad de palabra tiene límites. Ellos estaban trastornando casas enteras. ¿Sugiere esto que habían estado esparciendo sus perniciosas doctrinas encubiertamente en casas privadas? Éste es un método favorito de las sectas (2 Ti.3:6). Sus motivos eran también sospechosos. Salían en busca de dinero, empleando el ministerio como una cubierta para un negocio lucrativo. Su mensaje atraía a la tendencia legalista en el hombre, alentándole a creer que podía ganarse el favor de Dios por medio de gestos religiosos, aunque la vida fuese corrompida y contaminada. Enseñaban, por ganancia deshonesta, lo que no tenían derecho a enseñar.

Aquí Pablo le recuerda a Tito con qué clase de personas está tratando. Esta descripción insólitamente dura y cáustica era cierta de los falsos maestros en particular y de los cretenses en general. Cita a Epiménides, uno de sus propios portavoces proféticos que vivió alrededor del 600 a.C., llamándolos constantes mentirosos, malas bestias, glotones ociosos. Parece que todas las naciones comparten estas características, pero que pocas podrían ganarles a los cretenses en cuanto a depravación. Eran mentirosos de modo habitual y compulsivo. Eran como fieras salvajes, viviendo para satisfacer burdas y desenfrenadas pasiones. ¡Alérgicos al trabajo y adictos a la glotonería, vivían vidas que eran todo cocina y nada de capilla!

El apóstol confirma la veracidad de esta delineación de carácter. ¡Tito tenía unos materiales bien poco prometedores con los que trabajar! Pero Pablo no desesperó de la gente ni aconsejó a Tito que los dejase. Por medio del evangelio, hay esperanza para los peores de los hombres. De modo que Pablo aconseja a su ayudante a que los reprendiese duramente, para que fuesen sanos en la fe cristiana. Algún día estos hombres podrían ser no sólo creyentes ejemplares, sino también ancianos piadosos en las iglesias locales. Este pasaje rebosa de aliento para los obreros cristianos en campos difíciles del mundo (¿y qué campo no es difícil?). Más allá de la tosquedad, cerrilidad e insensibilidad de la gente, hay siempre la visión de que lleguen a ser santos dulces, puros y llenos de fruto.



En su dura reprensión contra los falsos maestros, se encarga a Tito que los advierta contra las fábulas judaicas y contra los mandamientos de hombres que se apartan de la verdad. Los judaizantes vivían en un mundo de fantasías religiosas y de reglas que giraban en torno a alimentos limpios y no limpios, la observancia de días y la evitación de la contaminación ceremonial. Es de eso que escribe Pablo en Colosenses 2:23: «Tales cosas tienen, a la verdad, cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne».

Lo que el apóstol dice a continuación ha dado lugar a unas interpretaciones tan falsas que exige una detallada explicación. Escribe él: Todas las cosas son puras para los puros, mas para los contaminados e incrédulos nada es puro; pues hasta su mente y su conciencia están contaminadas. Si tomamos las palabras todas las cosas son puras para los puros fuera de contexto, como una declaración de verdad absoluta en todas las áreas de la vida, ¡tenemos problemas! No todas las cosas son puras, aun para aquellos cuyas mentes son puras. Pero hay personas que han empleado realmente este versículo para justificar revistas viles, películas sugerentes, e incluso la misma inmoralidad. A esto se refiere Pedro cuando habla de los que tuercen las Escrituras «para su propia perdición» (2 P. 3:16).

Debe entenderse con toda claridad que este versículo no tiene nada que ver con aquellas cosas que son pecaminosas en sí mismas y que están condenadas en la Biblia. Este dicho proverbial ha de comprenderse a la luz de su contexto. Pablo no ha estado hablando sobre cuestiones concretas de moralidad, de cosas que son inherentemente buenas o malas. Más bien, ha estado refiriéndose a cosas moralmente indiferentes, a cosas que eran ceremonialmente contaminadoras para un judío que viviese bajo la ley, pero que son perfectamente legítimas para un cristiano viviendo bajo la gracia. El evidente ejemplo es comer cerdo. Estaba prohibido al pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, pero el Señor Jesús cambió todo esto cuando dijo que nada de lo que entra en el hombre puede contaminarle (Mr. 7:15). Al decir esto, pronunciaba limpios todos los alimentos (Mr. 7:19).

Pablo se hizo eco de esta verdad cuando dijo: «Si bien la comida no nos hace más aceptos ante Dios; pues ni porque comamos, seremos más, ni porque no comamos, seremos menos» (1 Co. 8:8). Cuando dice: Todas las cosas son puras para los puros, se refiere que para el creyente renacido todos los alimentos son puros, pero para los contaminados e incrédulos nada es puro. No es lo que alguien coma lo que le contamina, sino lo que sale de su corazón (Mr. 7:20–23). 

Si la vida interior de un hombre es impura, si no tiene fe en el Señor Jesús, entonces nada es puro para él. La observancia de las reglas dietéticas no hará nada por nadie. Más que nada, lo que necesita es convertirse, recibir la salvación como un libre don en lugar de intentar ganarla mediante rituales y legalismo. Las mismas mentes y conciencias de las personas contaminadas están corrompidas. Sus procesos mentales y sus capacidades morales, todo está contaminado. No se trata de una contaminación ceremonial externa, sino de una corrupción y depravación interiores.

Evidentemente refiriéndose a los falsos maestros, es decir, a los judaizantes, Pablo dice que profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan. Se presentan como creyentes cristianos, pero su práctica no concuerda con su profesión. Ampliando su cáustica condena, el apóstol los denuncia como abominables y desobedientes, descalificados en cuanto a toda buena obra. Su conducta personal era aborrecible. A los ojos de Dios, el suyo era un registro de una crasa desobediencia. En cuanto a buenas obras para con Dios o el hombre, eran indignos. ¿Entraba dentro de los límites del amor cristiano que Pablo hablase de otros en un lenguaje tan duro? La respuesta es un rotundo Sí. El amor nunca pasa por alto el pecado. 

Estos hombres estaban pervirtiendo el evangelio, deshonrando a la Persona y la obra del Señor Jesús, y engañando las almas de los hombres. Ser indulgentes con tales engañadores es pecado.

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Me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos - Jud 1:3 (RVR).

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